Tardé aproximadamente unas pocas horas en llegar al aeropuerto de Manhattan en mi jet privado. La limusina me dejó delante de la puerta del hotel Palace, lugar donde residiría a partir de ahora. Entré, me identifiqué al conserje (solamente hizo falta dar mi nombre) y éste, muy amablemente y sonriente, me indicó cómo llegar a mi habitación.
Tal y como me indicó, subí en ascensor hasta la 7ª planta y me adentré en sus pasillos hasta la habitación numero 1650: La mía. Dejé con desgana las maletas que contenían, entre otras cosas, ropa y caprichos míos, la mayoría de Las Vegas.
Me tomé un relajante baño de espuma en mi jacuzzi y, aburrido, bajé a la planta baja a dar un paseo y ver si encontraba algo... interesante.
Tal y como me indicó, subí en ascensor hasta la 7ª planta y me adentré en sus pasillos hasta la habitación numero 1650: La mía. Dejé con desgana las maletas que contenían, entre otras cosas, ropa y caprichos míos, la mayoría de Las Vegas.
Me tomé un relajante baño de espuma en mi jacuzzi y, aburrido, bajé a la planta baja a dar un paseo y ver si encontraba algo... interesante.